Las huellas del baqueano, Ariel Rioseco
Fragmento
Frente a ellos, el silencio fue tomando forma y la brisa que golpeaba las ramas de los altos árboles generó en el grupo la sensación de que estos parajes iban asumiendo vida y caracteres propios que no debían ser tomados a la liguera. Poblete, que lo sabía, ajustó nuevamente su montura, sujetando con mayor cuidado su bestia, mientras cada uno de los integrantes del rescate tomaba lugar en la fila que se sumergía en el reino del musgo y la humedad. La poca claridad del bosque, ya estando dentro, y lo angosto de la senda, hacían que el despeñadero a su costado se viese y sintiese más profundo, además de peligroso, en cada paso que daban los caballos. Las hojas agitándose entre el follaje, o el simple escape de algún roedor o musaraña en el piso, los hacía ir y volver con atención, haciendo que cada detalle fuese enorme en aquella vastedad de quietud y silencio comprimido.
Cerca de una hora después de haber ingresado en el bosque, Poblete vio brillar algo hacia el final de la quebrada, sobre las aguas del río Guanacos. Detuvo entonces su caballo tratando de encontrar el ángulo que le diera mayor claridad, pero como no lo consiguió debió bajarse y, tomado firmemente de las riendas, se acercó hasta el filo del sendero, donde descolgó su cuerpo esperando precisar la observación. Un fragmento metálico de color rojo brillaba entre unas rocas, entregándoles la primera pista, que desde hacía unas horas, esperaban. Usando los binoculares, confirmaron que lo metálico era parte del fuselaje de la aeronave y que, si bien solo se apreciaba una pequeña parte de ella, tuvieron la seguridad de que el resto sería encontrado en las inmediaciones.
Las sonrisas y comentarios sobre la posibilidad de que la familia se encontrara con vida se vieron interrumpidos de inmediato, pues al detener las palabras y dejar que los sonidos de la naturaleza los rodearan nuevamente, uno en particular y cercano, hizo que un escalofrío se apoderara de ellos. Los perros por su parte, con sus orejas atentas, sin ladrar, esperaban la señal que los pondría en acción inmediata. El sigilo absoluto del momento fue quebrado al escuchar cómo el rugido de un puma atravesaba árboles y caminos, extendiéndose hasta el fin de aquel valle. El guía hizo un giño con los ojos y giró su mano por sobre su cabeza, tal vez deseando que con este gesto recordaran los allí presentes que la frontera imaginaria que separaba su mundo y en el que ahora se encontraban ya había sido traspasada, por lo que debían respetar las reglas del nuevo juego, donde lo natural bajo sus pies, al costado o sobre ellos, se encontraba delimitado por el instinto y la decisión oportuna, un segundo antes y no después, de lo que fuera que viniera.
El país de las montañas prohibidas y otras crónicas del Maule, 2025
Boca Budi Books