Mi casa es una cascada, Mila Gattai



Igual que las humaredas ya no soy llama ni brasas.

Soy esta espiral y esta liana y este ruedo de humo denso.

Gabriela Mistral

 

 

Mi casa es una cascada en el sur de Chile.

Hay patos, gansos, gallinas;

se inmiscuyen alacranes y arañas.

Por las noches hay que guardar las aves

para que no se las lleven los zorros.

 

Tengo 2 años, un hermano de 4,

una madre de 34 y un padre de 33.

Mi ropa favorita es de lana.

Mi prima favorita para jugar se llama Belén.

 

Mi casa no es mi casa y mi cama no es mi cama.

Mi padre y hermano se han ido al norte.

Mi madre y yo vivimos con una amiga,

sus hijas, sus nietas.

Yo comparto cama con Paula.

En las noches nos damos besitos,

tenemos 4 años.

Vamos a un jardín de niños con piso de tierra.

Veo las fotos,

con tres deditos de mi mano izquierda

intento alcanzar la manito de Paula,

que lleva un gorro de princesa.

Yo llevo uno que parece la cresta de un gallo.

 

1997, ya te hablé de este año,

el año en que conocí lo que era un terremoto,

cuando fui polizón en un barco pirata,

mientras mi casita coquimbana se retorcía incómoda.

 

Siguen siendo todas esas mis casas,

la cueva donde aún viven changos,

pueblo de cazadores de lobos marinos.

 

Sigo siendo,

soy cazadora y lobo marino,

aunque por mis ventanas vea ciudades ajenas,

aunque en las noches

me acunan los brazos de una mujer celta,

con lunares en forma de espiral,

con ojos de Atlántico Cantábrico.

 

Yo la lleno de mis babas

cuando duermo profundo y

cuando no dormimos nada.

 

Yo pensé que la casa de mis abuelos era mi casa,

hasta que casi la quemo.

Tuve puertas y ventanas de par en par por siete días,

con el Pacífico azotando la humareda,

los muebles setenteros asustados en los rincones

de la cocina;

mis perros confundidos con tanta libertad.

 

En las letras de mis amigas también encuentro

una casa,

en su cimiento se escribe el amor,

sus pilares son letras mayúsculas,

y el techo de cristal es fuerte como nuestra risa.

 

Mi casa sin muros está abierta

y me dan ganas de cerrarla.

Me da miedo que vengan los dueños de la tierra,

desaparezcan a mi perro, a mi mujer celta y a mí,

para quedarse con el bosque que protejo.

 

No se dan cuenta

de que yo soy la Gata Hüiña que amamanta a sus crías,

en el tronco de un alerce quemado.

 

O sí lo saben

y es por eso que lo vuelven a quemar.

 

 

 

en Sujeta, 2025

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